PERUANIDAD
DEFENSORA DEL APRENDIZAJE
Este 8 de marzo es el Día de la Mujer. Recordemos a Mercedes Cabello, escritora peruana, gran defensora de la educación de la mujer.
Hace 150 años las mujeres podían estudiar únicamente la primaria. La secundaria y los estudios universitarios les estaban vedados. La irrupción en las letras nacionales de un significativo grupo de escritoras fue un fenómeno que sorprendió a la conservadora sociedad de entonces.
Mercedes Cabello era una de ellas. Había nacido en Moquegua el 7 de febrero de 1845, cuando gobernaba Ramón Castilla. Recién se había inaugurado el ferrocarril que unía Lima con el Callao, y la capital empezaba a conocer el uso del gas en el alumbrado público. Su padre fue el hacendado Gregorio Cabello y su madre Mercedes Llosa. El talento, la curiosidad y pasión por la lectura —no precisamente del catecismo, sino de autores en esa época prohibidos para las mujeres como Zolá, Flaubert, Victor Hugo, Goethe— sentaron los fundamentos de su amplia cultura. Niña aún y bajo el seudónimo de Enriqueta Pradel ya había escrito un libro de poemas: El álbum.
Llegó a Lima casi de 20 años y casada con el destacado médico Urbano Carbonera quien, 17 años más tarde, la dejó viuda. Desde 1874, en El Correo del Perú, periódico de la época, colaboró con artículos sobre la influencia de la mujer en la civilización moderna, y también sobre poesía. Solía acudir a las veladas literarias convocadas por la escritora argentina Juana Manuela Gorriti, allí leyó algunos de sus trabajos sobre la literatura, la educación y la condición de la mujer y se ganó el aprecio y la admiración de algunos intelectuales como el historiador Manutelli Rosas o Ventura García Calderón, a pesar de que este alguna vez hiciera alusión a su supuesta «vocación de pedantería».
Sus contemporáneos no estuvieron preparados para una inteligencia y un espíritu tan decidido como el suyo, tampoco lo estuvieron para las mujeres de esa generación, entre ellas: Trinidad María Enríquez, Clorinda Matto, Carolina Freire, María Nieves y Bustamante, Margarita Práxedes Muñoz, Elvira García y García y Zoila Aurora Cáceres. Perú, en esos tiempos, llevaba aún, de modo muy marcado, formas de vida casi virreinales que para muchos era el Edén añorado. El tipo de mujer escritora, libre de toda responsabilidad conyugal suscitaba enojo, enervaba a los hombres y a las instituciones. Todas esas mujeres, especialmente Mercedes Cabello, fueron tildadas de raras, excéntricas, marisabidillas, feas y frustradas, el ideal seguía siendo el de las tapadas con sus astucias y subterfugios, y las dulces esposas y madres encerradas entre las cuatro paredes de sus casas.
Haciendo gala de su aguda ironía, Mercedes Cabello escribió: «Yo quiero mujer que cocine /que planche y que lave / que zurza las medias / que cuide a los niños / y que crea que el mundo / acaba en la puerta que sale a la calle. /Lo digo y repito/ y juro que nunca/ tendré por esposa:/ mujer escritora».
A esa forma de asumir su voz, de plantarle cara a la existencia, se enfrentó con hostilidad el conjunto de la sociedad y la Iglesia. Pero ella supo abrirse espacios más allá de nuestras fronteras, según Jorge Basadre, colaboró, «con artículos de carácter filosófico, sociológico, pedagógico y literario» en La Revista Literaria de Bogotá, El Correo de Europa, El Correo Ilustrado de Lisboa, La Prensa Libre de Costa Rica, El Álbum Ibero-Americano de Madrid, El Plata Ilustrado de Montevideo, entre otras publicaciones.
Esta mujer que «escribía mejor que muchos hombres» tuvo una producción enorme, en 1886 apareció su primera novela que recibió el premio del Ateneo de Lima: Sacrificio y recompensa, luego siguieron: Los amores de Hortensia (1887) y Eleodora, ese mismo año, Blanca Sol (1889), Las consecuencias (1890), y la más famosa de todas: El conspirador (1892). En torno a la política pensaba que si la mujer participaba en ella «No haría más que ir a envolverse en ese drama de pasiones políticas, donde la astucia y la falsía desempeñan los principales papeles…».
Mercedes Cabello, que consideró bárbara (en el sentido de retrógrada) la educación impartida a las mujeres y que abogó toda su vida por darles la mejor de las formaciones culturales y científicas, fue internada, con los nervios quebrados, casi durante diez años en el Manicomio de Lima. Allí permaneció por decisión de su familia hasta el día de su muerte, ocurrida el 12 de octubre de 1909.
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